2005-01-27

> Urtarrileko artikulua: PHILIP JOHNSON, EL IMPULSOR DE LA ARQUITECTURA DE CRISTAL

  • JAVIER DEL PINO
  • El País, 2005-01-27, 45. or.
Philip Johnson, uno de los artífices e inspirados de la arquitectura estadounidense contemporánea, murió en la noche del martes [25-01-2005] en su domicilio en New Canaan (Connecticut) a la edad de 98 años. Incluso esa residencia privada era una definición creativa: su vivienda era un cubo de cristal insertado en un bosque. Suyo es el diseño del edificio de AT&T en Nueva York (ahora propiedad de Sony), que acabó convertido en modelo impulsor para la arquitectura de cristal y fue, como él mismo aceptó, “el mejor trabajo de mi vida”. Era, según algunos, el arquitecto vivo más importante de la historia contemporánea y el que más ha definido el skyline de las ciudades modernas de Estados Unidos.

Johnson nació en Ohio en 1906 y descubrió tarde su pasión y su genio para la arquitectura. En 1927, después de acabar los estudios de filosofía en la Universidad de Harvard, se embarcó en un viaje por Europa que empezó a cambiar el sentido de su vida. En los años siguientes, en una aproximación sosegada a la que acabaría siendo su profesión, Johnson trabajó como crítico, escritor, historiador e incluso director de museo, siempre inclinado hacia la arquitectura como forma de arte.

En 1932 asumió el empleo que cambiaría su vida. El Museo de Arte Moderno de Nueva York contrató a Johnson como director del departamento de arquitectura; ese mismo año organizó una de las exhibiciones arquitectónicas más influyentes de la época; de hecho, los críticos le atribuyen la internacionalización de la arquitectura contemporánea. Estaba especialmente entregado a la difusión de los trabajos de creadores europeos, especialmente los del arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe, defensor de la austeridad visual como expresión del “alma” de los edificios.

Sin dejar ese cargo, Johnson regresó a Harvard para estudiar diseño con Marcel Breuer. En 1949, como trabajo de fin de carrera, Johnson diseñó la vivienda privada en la que residía en los últimos años de su vida, conocida como “la casa de cristal”. Cuando se reincorporó plenamente a su despacho en Nueva York, los conocimientos adquiridos le permitieron diseñar el ala oeste delMOMAen 1951 y el jardín de esculturas en 1953.

Johnson organizó la primera visita a EE UU de Mies van der Rohe, que diseñó su apartamento en Nueva York y con quien llegó a colaborar en la construcción de un edificio que ha sido descrito como el más elegante de los rascacielos de este país, el Seagram Building, en Manhattan. Años después, Johnson planificó en solitario la construcción de un edificio que acabó convertido en el más aclamado y polémico de su carrera, el rascacielos para la sede central de AT&T —propiedad ahora de la multinacional Sony— que coronó con un círculo vacío.

Entre 1964 y 1967 trabajó con Richard Foster y en los 20 años siguientes compartió su vida y su obra con John Burgee. Esas dos décadas de trabajo dejaron un legado colosal en su valor y en su tamaño. El Internacional Place de Boston, las torres Tycon de Vienna (Virginia), el Momentum Place en Dallas, el rascacielos de la 53 con la Tercera Avenida en Nueva York, el centro NCNB en Houston, la Catedral de Cristal en California y el Nacional Center for Performing Arts de Bombay son algunas de las obras que generó esa colaboración.

Johnson se jubiló en 1989, pero regresó al trabajo cinco años después con un antiguo colaborador, Alan Ritchie, con quien diseñó, entre otros edificios, la Trump Internacional Hotel and Tower de Nueva York y el espacio construido donde estuvo durante décadas el Checkpoint Charlie, el paso fronterizo entre la Alemania Occidental y la comunista en el centro de Berlín, emblema de la separación entre los dos países.

En los últimos años de su vida, Johnson habló con franqueza de su vida, reconoció una homosexualidad que, según dijo, siempre se esmeró en ocultar y asumió con sentimiento de culpa la tristeza de haber mostrado cierta comprensión hacia el régimen nazi de Adolf Hitler; sus años de admiración hacia el fascismo respondían “a la fascinación por el poder” que le dejó su estancia en Berlín durante la década de los años treinta, “pero no tengo excusa para justificar una estupidez tan increíble”, dijo recientemente.