2005-05-11

> Maiatzeko artikulua: HOMOSEXUALIDAD Y CONCIENCIA

  • MIGUEL IZU
  • Diario de Noticias, 2005-05-11
Es muy de agradecer que la Conferencia Episcopal Española, en su nota de 5 de mayo último Acerca de la objeción de conciencia ante una ley radicalmente injusta que corrompe la institución del matrimonio , se acuerde de la libertad de conciencia. Afirma literalmente que "el ordenamiento democrático deberá respetar este derecho fundamental de la libertad de conciencia y garantizar su ejercicio".

Lástima que esa nota siga una añeja tradición de los documentos eclesiásticos consistente en que, cada vez que se apela a la conciencia de los creyentes, el acento es en exceso admonitorio cuando no directamente amenazante. "Obre usted en conciencia" rara vez suena, en bocas episcopales, como "haga usted lo que crea correcto" sino más bien como "haga usted lo que yo le diga".

Nuestros obispos le exigen al Estado respeto a la libertad de conciencia. Muy acertado y muy buena oportunidad para practicar lo mismo en el seno de la Iglesia. Recordemos que, como dice el apartado 1.790 del Catecismo de la Iglesia Católica, "la persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia".

Así que cuando la Conferencia Episcopal afirma que "los católicos, como todas las personas de recta formación moral, no pueden mostrarse indecisos ni complacientes con esta normativa, sino que han de oponerse a ella de forma clara e incisiva. En concreto, no podrán votar a favor de esta norma y, en la aplicación de una ley que no tiene fuerza de obligar moralmente a nadie, cada cual podrá reivindicar el derecho a la objeción de conciencia", hubieran hecho bien en añadir algo más. "A menos que su conciencia les dicte lo contrario"; porque los obispos orientan, pero no pueden suplir ni imponer el contenido de la conciencia individual. Es decir, que los católicos a cuya conciencia no repugne el proyecto de ley que se tramita para regular el matrimonio de parejas homosexuales y consideren justo que se les equipare en derechos a las parejas heterosexuales tienen la obligación de votar a favor de dicha norma. Aunque, en opinión de los obispos, estén muy equivocados. Pero deberán seguir su conciencia, por muy errónea que sea. Ésta es una de las miserias del ser humano: que aunque seamos conscientes de que quizá estemos equivocados, no tenemos más remedio que obrar conforme a nuestro humilde saber y entender, exactamente igual que si estuviéramos en posesión de la verdad.

En cualquier caso, la nota de la Conferencia Episcopal resulta clarificadora. Explica que la nueva definición legal del matrimonio "supondría una flagrante negación de datos antropológicos fundamentales y una auténtica subversión de los principios morales más básicos del orden social", así como "un retroceso en el camino de la civilización con una disposición legal sin precedentes y gravemente lesiva de derechos fundamentales del matrimonio y de la familia, de los jóvenes y de los educadores". En el mismo sentido, la Congregación para la Doctrina de la Fe en un documento de 3 de junio de 2003 sobre el reconocimiento legal de las uniones homosexuales había señalado que "La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la complementariedad de los sexos repropone una verdad puesta en evidencia por la recta razón y reconocida como tal por todas las grandes culturas del mundo". No extraña por ello que la Conferencia Episcopal Española haya suscrito un comunicado de prensa conjunto el día 20 de abril con judíos, evangélicos y ortodoxos en el que se afirma que "el matrimonio monógamo heterosexual forma parte de la tradición judeo-cristiana y de otras confesiones religiosas".

En otra nota de 15 de julio de 2004 titulada En favor del verdadero matrimonio la Conferencia Episcopal Española ya había dicho que "el matrimonio no puede ser contraído más que por personas de diverso sexo: una mujer y un varón. A dos personas del mismo sexo no les asiste ningún derecho a contraer matrimonio entre ellas. El Estado, por su parte, no puede reconocer este derecho inexistente, a no ser actuando de un modo arbitrario que excede sus capacidades y que dañará, sin duda muy seriamente, el bien común. Las razones que avalan estas proposiciones son de orden antropológico, social y jurídico".

Razones antropológicas, sociales y jurídicas compartidas por diversas culturas. No acabo de entender, entonces, porqué el último llamamiento de la Conferencia Episcopal es solamente a los católicos. Si se trata de orientar en el plano de la antropología, de la sociología y del derecho, si se trata de iluminar la razón la Iglesia debiera ser algo más generosa y abrirse también a los no católicos. A los católicos debiera dirigirse si se tratara solamente de una cuestión de fe. ¿Es una cuestión de fe? ¿Se puede ser católico y estar a favor de la regulación legal de los matrimonios homosexuales? La realidad es que hay católicos homosexuales; católicos homosexuales que forman parejas homosexuales; y católicos heterosexuales que están a favor de que los católicos homosexuales formen esas parejas y se regulen en igualdad con el matrimonio heterosexual, y a tenor de lo que dicen las encuestas parece que son (somos) bastantes. Incluso hay teólogos católicos que opinan que de por medio no hay cuestiones de fe ni de dogma, sino efectivamente de simple cultura. Y hasta hay algún que otro católico que piensa que hoy en día Jesús de Nazaret a lo mejor defendería las parejas homosexuales como en su día defendió a los pobres, a los pecadores, a los extranjeros, a los impuros y a los que ponían al ser humano por encima de la ley frente a los escribas y fariseos que actuaban como celosos guardianes de la tradición y la ortodoxia.

Entiendo por todo ello que haría bien la Conferencia Episcopal, sin renunciar a su misión de orientar a los fieles en lo que crea que sea más coherente con la doctrina cristiana, en utilizar un tono más didáctico, más humilde y menos imperativo. Más precavido ante la posibilidad de que en el futuro las ciencias antropológicas, sociales y jurídicas den otras razones distintas a las de hoy. Ya sucedió con la astronomía y hubo que corregir el juicio sobre Galileo. Y haría bien en admitir más generosamente que la libertad de conciencia opera siempre, no solamente cuando los obispos se acuerdan de ella y en contra de lo que ellos sugieran.